Mi inmenso recuerdo se pierde en aquellas Tablas milagrosas que reposan aquí en Daimiel... por no tener mar lloró Dios con ríos de pasión... y ahí te sitúo, amado mío. Ni más lejos ni más cerca, en este universo marino de agua dulce, en este parque que da gloria y júbilo a la ciudad donde nací. Ahí estás tú, mi vida entera, y yo recorro los senderos de tu cuerpo y deambulo lejos de las pasarelas. Me visita tu persona acompañada de grullas y de garzas, y las golondrinas, sí, amor, aquellas de Bécquer también nos acompañan.
Hoy me dicen que el desierto, el paisaje de nuestro idilio se recupera para siempre. Yo no he tenido fuerzas para ir a contemplarlo sin ti. Tu imagen es un vergel en mi pensamiento. Todavía en mi recuerdo juego descuidada entre la seca maleza y entre los tarays, ebria de tus besos.
Mi vida entera, te escribo con la esperanza que esta carta caiga como manantial y resucite nuestro amor de agua, tu silueta de agua, tus besos de agua, tus caricias de agua.
Si a la primavera viene un sol de tormentas, ahí me encontrarás, al final del puente de madera, donde dábamos de comer a los peces, porque pienso volver con la alegría que las Tablas de mi amor de nuevo reflejen el cielo manchego.
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Si el humedal renació, vida, aquellas, aquellas pues, sí volverán.
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